Lo que os voy
a contar quizás algunos no os lo creáis, si queréis no lo leáis.
Me ocurrió un
día… no recuerdo cuando, aunque tampoco importa mucho, lo de las fechas siempre
lo he llevado muy mal en mi cabeza.
Me puse a
escribir y a mi memoria me vino un compañero de trabajo, para el, yo era su “compadre”,
nunca me explicó el porqué, pues parentesco no nos unía, la verdad es que el aprecio
y el cariño era mutuo. Era una persona afable, su humor le caracterizaba, nunca
le vi enfadado y aprendí del oficio mucho con él.
Después de
mucho tiempo me encontré de nuevo con él, estaba bastante desmejorado, aunque
su aspecto siempre fue de persona siempre muy dispuesta.
Pero aquel
día parecía un muerto andante, de pelo rubio y canoso ahora lo tenía
completamente blanco, ojeras muy pronunciadas, ojos hundidos, su mirada azulada
estaba muy apagada, siempre fue de complexión muy delgada, pero su flaqueza ese
día era extrema, recuerdo sus manos, con cicatrices de cortes y la falta de un
dedo en su mano izquierda, todo ello era una marca dejada por las maquinas de
carpintería.
―Hombre
compadre ¿Qué tal te va? ―escuche.
Me gire y era
él, no sé porque… pero me entro una sensación extraña al escucharle.
―Bien,
pero… y tu ¿Qué haces aquí?―le pregunte extrañado y con asombro.
―Aquí
tomándome un whisky, por mucho que beba como ya no me emborracha, a disfrutar
compadre.
―Joder
Paco, no has cambiado―le dije.
―
¿Estas escribiendo, verdad?―me pregunto con curiosidad.
―Sí,
pero oye Paco… no hueles a madera ni a serrín.
―Ya,
y el whisky tampoco me sabe a nada ¿Sobre qué estas escribiendo? me pregunto.
―Sobre
lo que estamos viviendo ahora, tu y yo ―le conteste.
―Compadre,
tíralo a la papelera, nadie lo va a leer y si alguien lo lee, no se va a creer que
estamos hablando y que me has visto, te tomaran por loco si lo cuentas.
―Espera
un momento Paco… tu hace tiempo que… no puede ser, estás muerto te vi en el
tanatorio y estuve en tu entierro, pero estoy aquí hablando contigo.
―Compadre
¿sabes que te digo? Que no lo tires a la papelera, y que si nadie lo lee, lo
guardes y cuando quieras que nos tomemos unos whiskys volveré, me lo lees a mí
y de paso me cuentas como te trata la vida. Aunque los escritos no se lean,
siempre están vivas sus historias desde que la pluma desliza su primera gota de
tinta sobre el papel, son las que dan vida a lo escrito. Hasta siempre amigo.
Esas fueron
sus palabras de despedida y puedo decir que fue una experiencia entrañable y
que no me importaría volver a repetir.
Estés donde estés
Paco, gracias por compartir este momento
que he escrito contigo.
Rafael
Huertas
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