Le veía
siempre sentado en la puerta del centro comercial, cada vez que le veía me
quedaba con las ganas de sentarme a su lado y entablar una conversación con él,
si no lo hice antes fue por las dichosas prisas, y cuando no las tenía, pensé
que quizás le podía molestar de alguna manera.
Su edad era
de unos treinta y tantos años, aunque por su apariencia parecía mayor, su
vestimenta era de alguien que pasaba muchas horas en la calle sin llegar
aparentar ser un mendigo, de hecho no lo era, ya que no tenía nada en el suelo
donde poder echarle unas monedas y cada vez que pasaba por delante del nunca vi
una moneda perdida a su alrededor, me llamo la intención que casi siempre
estaba sentado sobre una vieja mochila de color verde caqui y cuando no, estaba
sentado en el suelo con las piernas entre cruzadas, siempre con un cigarrillo
entre sus dedos, cuando no lo tenía entre ellos se lo pasaba a la boca y lo
sujetaba entre los labios mientras pasaba pagina al libro que estaba leyendo,
el bulto que hacia el interior de su mochila era rígido ya que le servía de
asiento.
La primera
vez que pase por la puerta del centro comercial, la verdad es que no me fije en
el, tampoco voy a echar las culpas a las dichosas prisas que nos hacen intentar
no tropezar con alguien sin mirarnos a la cara, sin ver si las personas van con
una sonrisa en sus rostros o llevan cara de preocupación, ¿para qué lo vamos
hacer? Son transeúntes que no conocemos, simplemente.
Pero en mi
transitar durante muchos días por la puerta donde estaba aquel hombre, el no
era un transeúnte con el que te cruzas y no te fijas en su fisonomía ni tan
siquiera como va vestido, era una persona a la que veía muchos días de la
semana, era quizás porque le veía casi
todos los días, como al camarero del bar donde sueles tomar café que ya sabe si
te gusta caliente o templado el café, o al del estanco que es casi como de la
familia y aunque entres tosiendo al establecimiento nunca te va a decir que
dejes de fumar, el, era como un eslabón más de mi día a día.
Alguna vez de
las que pasaba delante de él, note como miraba a las personas que entraban o
salían del centro comercial o a las que pasaban por la gran acera de la calle,
nunca una mala mirada, aunque las personas que pasaban por allí por primera vez
le vieran como alguien que pide para comer o subsistir, las suyas eran miradas
perdidas. Pero eso ocurría pocas veces, casi siempre con su mirada puesta en su
libro.
Era casi
medio día, un día de verano caluroso, de esos que se busca la sombra como si
fuera un tesoro perdido, me acerque a él y con el pretexto de comentar sobre el
tiempo le dije…— ¡Buenos días! ¡Vaya día de calor! —apoyándome de pies sobre la
pared donde estaba sentado y tenia apoyada su espalda.
Levantando la
cabeza con lentitud, por si se le fueran a escapar las palabras del libro — me
contesto —Si que lo hace.
Después de
unos segundos —Perdone, le puedo preguntar ¿Qué está leyendo?
—DONDE LOS
ARBOLES CANTAN, se titula el libro.
— ¡Hombre! ha
sido una de mis últimas lecturas, espero que le guste, —le comente —Perdone, a
lo mejor le estoy molestando.
—No, para
nada, no perderé el hilo de la lectura —me contesto, a la vez que cerraba el
libro me di cuenta que al cerrarlo no le puso ningún tipo de separador de
páginas y le advertí —No le ha puesto ningún separador de páginas.
—No es
necesario, siempre recuerdo el número de la página donde dejo de leer — con la
rabia que da cuando por un descuido cierras un libro y luego tienes que buscar
la página por donde llevabas la lectura, eso es tener buena memoria, pensé para
mí.
—Por lo que
he visto cada vez que he pasado por aquí siempre le veo con la mirada puesta
sobre las páginas un libro.
—Es una
afición que tengo desde hace muchos años.
—Bueno le
dejo que siga con su lectura, no le quiero entretener ni molestar más.
—No es
ninguna molestia y no me entretiene al contrario ¿le puedo ofrecer un cigarro
si fuma?, nunca se para nadie hablar conmigo y menos para hablar sobre libros.
—Sí que fumo,
gracias —al hacer el ademan de sentarme junto a él, comento —si prefiere se
puede sentar sobre la mochila, no es que sea mucho mas cómodo que el suelo
pero, los libros a veces no solo sirven para leer, siempre la llevo llena de
libros.
Saco un
paquete de cigarrillos de tabaco negro, yo fumo rubio pero no me importo
aceptárselo, cuando uno es fumador hay ocasiones, que el simple hecho de echar
humo y mantener un cigarrillo entre los dedos siempre sabe bien y mas charlando
con alguien que me apetecía hacerlo hacia tiempo, me senté junto a él en el
suelo sobre la pared justo al lado de la puerta del centro comercial, de la
poca conversación que llevaba con él, me dio la sensación de ser un hombre
solitario y culto, sabia encajar las palabras y frases exactas en la conversación.
Estuvimos charlando sobre algunos libros mientras quemábamos el tabaco de los
cigarros, la verdad que yo iba a años luz de sus lecturas, pero era un placer
escucharle hablar sobre su afición.
Sin darnos
cuenta la hora de comer había llegado, tengo que decir que se me hizo muy corto
el rato que estuve con él, —espero poder invitarle yo el próximo día al
cigarrillo —le comente.
—Cuando usted
quiera, aquí me tendrá viajando gracias a mis libros.
Al día
siguiente me desperté pensando en el lector, me refiero a él así porque ninguno
de los dos nos dio por presentamos, suele ocurrir, cuando conoces a alguien de
tu agrado y lo que menos te importa es como se llama, y la verdad es, que
pienso que quitando para que nos nombren no hace falta saber el nombre de una
persona cuando te encuentras gozando con ella, te puedes olvidar de su nombre,
el día que le conociste, incluso el lugar donde fue, pero a la persona nunca se
olvida. Quizás sea otra diferencia que tenemos con los animales que llamamos
irracionales, imagino que somos los racionales los únicos que usamos nombres.
Ese día
intente olvidarme de la prisas, y con todo y eso, al rato de cruzarme con la
gente ya no recordaba nada de algunas de ellas, me di cuenta que no solo eran
las prisas lo que nos hacia ir por la vida sin saber grabar en nuestra mente lo
que ocurría a nuestro alrededor, simplemente son personas, como uno es para los
demás.
Era más
temprano que el día que entable conversación con él, allí estaba él, sus
piernas cruzadas, con su espalda apoyada en la pared al lado de la puerta del
centro comercial y su mochila cargada de libros a su lado. Al acercarme a él me
di cuenta que el libro era otro del que estaba leyendo el día anterior.
— ¡Buenos días!
Como veo a cambiado de amigo, imagino que lo ha acabado de leer ¡Que le ha
parecido? —le pregunte.
—Muy bueno,
como todos.
— ¿Y qué
amigo es el que tiene ahora entre las manos?
—Es uno del
gran Poe.
—Veo que le
gusta todo tipo de escritura.
— ¡Sí!, la
verdad, es que no tengo inclinación por ningún género literario, me gustan y
disfruto con todos.
No soy una
persona que se tome mucha confianza hasta que paso un tiempo con alguien, o me
la dan, pero la confianza creo que no la repartimos a partes iguales los dos.
—Me gustaría
hoy ofrecerle un cigarro de los míos, y no piense que lo hago por quedar bien
con usted, pero tengo que decirle que los míos son de tabaco rubio —A la vez
que yo sacaba la cajetilla de tabaco del bolsillo de mi camisa, el sacaba de
uno de los bolsillos de su mochila un mechero de mecha, hacía tiempo que no
veía uno y con toda confianza le pedí que me dejara darle chasca al mechero,
cuantos recuerdos me vinieron a mi cabeza, solía siempre pedir a mi padre
cuando el fumaba y lo utilizaba que me dejara, darle chasca.
—Jaja, ¿por
qué cree que pueda yo pensar que tenía que quedar bien conmigo?
— No sé, no
le conozco de nada, le fastidio su momento de lectura, me invita a sentarme con
usted y me da un poco de su tiempo a
cambio de su ocio, aunque más bien lo llamaría robo de tiempo hacia sus amigos
los libros. Si quiere que le diga la verdad, tenía ganas de conocerle como
persona y charlar con usted, desde los primeros días que le vi, me llamo la
atención el verle todos los días con un libro entre las manos, me parecía una
persona interesante de conocer.
—No tiene por
qué molestarse ni sentirse mal, se que para la mayoría de los transeúntes que
pasan por aquí, me ven como un bicho raro, más que bicho la mayoría se piensan
que soy un borrachín, un yonki, un mendigo… o vaya usted a saber, la verdad es
que nadie tenemos el derecho gratuito de juzgar a nadie sin antes habernos
juzgado a nosotros mismos, es la sociedad que hemos y seguimos alimentando, a
mi no me molesta lo que piensen las personas que cada día pasan delante de mí,
algunas me echan monedas, otras me miran con cara de pena, si se ha fijado,
pocas veces levanto la mirada del libro en el cual estoy inmerso en la lectura
de él, cuando lo hago es porque las monedas suenan en el suelo y le puedo
asegurar que todas las he devuelto, no me sienta mal el hecho de que piensen lo
que quieran de mi persona, no necesito de nada para vivir como cualquiera de
ellas, se lo aseguro.
—Pero
entenderá que a la gente le resulte raro verle todos los días aquí y siempre
con un libro entre las manos, hay lugares para la lectura creo yo mejores para
ello.
—Sí, claro
que los hay se lo aseguro.
—A mí me
gusta leer, no soy muy asiduo a ello, pero en cuanto tengo tiempo me engancho
alguno, déjeme preguntarle algo ¿Qué encuentra en ellos?
—No se trata
de encontrar nada en ellos al leerlos, se trata de lo que te cuentan, de las
vivencias que te hacen vivir y sentir, viajas a lugares donde nunca podrás ir,
con ellos llegas a enamórate, te hacen sonreír, llegas a sentir en tu piel el
frio, incluso puedes llegar hasta percibir los olores de las flores descritas
en ellos, ellos hacen que llegues a sentir el miedo dentro de tu cuerpo, tienen
el poder de trasladarte a otras épocas sin tener necesidad de utilizar ninguna máquina
del tiempo, todo eso y mucho mas son los libros.
—Me parece
buena su reflexión, pero creo que se olvida de…—antes de dejar que acabase la
frase, continuo diciendo…
—No, no me
olvido de ellos, claro que no me olvido, ellos son los que trasladan a los
libros las letras, al igual que un director de orquesta dirige a sus músicos para
que las notas musicales sean armoniosas, los escritores lo hacen con sus
escrituras, ellos son los que dejando abiertas las puertas de sus sueños, nos
dejan que les acompañemos en sus viajes, saben cómo hacer meternos en los
pensamientos y sentimientos de los protagonistas de sus relatos, nos hacen
trasladarnos a sus mundos imaginarios, ya de sean mundos de fantasía y magia,
como en los mundos mas terroríficos y mentes de criminales, nos hacen vivir en
ocasiones vivencias pasadas de las cuales en algún momento de nuestras vidas
nos vemos identificados con ellas. Cuando me refiero a escritores me refiero
también a las escritoras, no solo me refiero a los que ya tienen su
reconocimiento en el mundo literario, también a esos escritores noveles, a los
que están formándose en el difícil mundo literario. Es un mundo el de la
lectura, del que lo visita queda atrapado en el —acabo diciendo.
—No dudaba
que se fuera usted a olvidar de ellos.
Mientras me
lo comentaba, no dejaba de acariciar con sus manos las tapas del libro que
tenia entre las manos, era como una parte de él, no podía imaginar volverle a
ver sin un libro entre sus manos, eran parte de su vida sin ninguna duda. Me
despedí de él sin antes hacerle una última pregunta…
— No sé si ha
escrito algo, si no lo ha hecho ¿Nunca ha pensado en escribir?
— Si, he
escrito y lo sigo haciendo.
— ¿Sí?
¿Cuántos libros?
—Bueno la
verdad es…, que en todos los que he leído.
—No le entiendo.
A la hora de
responderme, la comisura de sus labios de alargaron con una sonrisa.
—Borro la
palabra FIN de ellos y debajo pongo la palabra CONTINUARA.
Rafael
Huertas
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